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La puerta

Clic
Para para para…
un momento, por favor.
(El arce en llamas
de noviembre amaneciendo)
Date prisa que
estamos en una curva.
Ya está ¿Te
has fijado en la luz
de la tormenta?
CLIC
Sí. Parece
una antorcha.
Los arces otra vez
Los arces otra vez tan rojos.
Y las tiendas a las que íbamos
han cerrado o ya
son otras tiendas.
Alguien
que eras y no eras tú
ha cruzado la calle pequeña
rápida y embozada.
Al mirarte al mirarla
quise decirle:
Tienes los mismos ojos que tu madre.
En el silencio
de un polígono industrial en domingo
-bajo el cielo gris-
una formación de
grullas hacia el sur
se llaman.
Llora
Ella
Cáliz o beso
Sos
A aquella máscara abatida
le sienta bien tu sonrisa.
A aquella cabeza loca
es un fruto feroz errante
(que a menudo llora)
Azote de lunas cantás.
Cantás como el pájaro.
Cantás como el viejo.
Cantás como la uva cantás.
Poeta, siempre sos
al sur –donde las aves-
Desnudo, sin nido, pobre.
Poema del Libro rojo
Belleza voraz
pero estaba por todas partes
en los ojos cerrados en el espejo
detrás de las puertas estaba
tan dolorosamente animal
tan devastador monstruo río
demasiado fuego fuego
como lluvia carnívora que hace espirales
en las sombras en los sombreros y en las simas
de la cordura
campos de amapolas que apuñalan el cielo
con su rojo feroz
dejan un rastro de sangre en minúsculas gotas
sobre el trigal
duele duele
olor a tormenta y a rosas y a espinas
zarpazos de belleza voraz
no mires atrás no mires
la bestia está en ti
ya es demasiado tarde
el deseo te arrastra compulsivo
torrente poema
de barro ramas ruinas
haciendo una presa en el corazón
apunto de estallar
Sombras blancas
Éramos sombras blancas
que significan no.
Éramos perderse fuera
dentro de ti y de mí
(No importa el final
donde aniquilarnos)
Éramos un infierno
y un silencio.
La geometría perfecta de hacerse daño.
Éramos tres o cuatro
minutos de follar.
¿Para qué? Perdona.
No quería. Perdona.
Éramos tiburones
en un mar de sangre.
como la primera vez
tan leve es mi corazón
deshabitado
convertido en piedra
y en silencio
tan leve huracán
duerme
junto a mí
con el abandono de las algas
y se injerta en las venas
y es ya todo naufragio
era verano y la ventana traía
la noche, el viento, los grillos y tu nombre
tu nombre escrito en los ríos
tu nombre como última sonrisa
refugio de pájaros, olor
a hierba recién cortada
tu nombre lluvia
y flor de tilo
donde los árboles aún
y las raíces no tienen memoria
y todo es
como la primera vez
El granado
Después de la lluvia deshojaba flores a latigazos mientras decía : “todos hemos sido bellos alguna vez. Y felices”. No se lo tenían demasiado en cuenta en el pueblo; la llamaban la loca del granado y se rumoreaba que se había “ido” la mañana que se marchó el último de su sus hijos al extranjero a hacer su vida y se quedó sola. Sola con el granado. Lo había plantado su marido hace muchos años el día que aceptó un nuevo trabajo después de que ella diera a luz a su tercer hijo. Había demasiadas bocas que alimentar y el sueldo de un maestro no llegaba. Sabía de los riesgos en la mina pero el hambre te hace ser valiente. Y durante un tiempo fueron felices… y el árbol, de crecimiento lento, empezó a dar sus frutos hasta que escuchó la palabra grisú. Fue el grisú. Una explosión. Tú marido. Y así se quedó sola con el árbol y tres niños. Trabajó duro para sacarlos adelante; trabajó días y noches enteras para darles de comer y la educación que ella nunca tuvo. Trabajo. Durante este periodo de su vida solo trabajó. Y no tuvo mucho tiempo para ver cómo cambiaba su cuerpo y su rostro con las estaciones. Os puedo asegurar que un día fui bonita solía decir con una sonrisa desdentada a sus hijos. Y poco a poco se fueron marchando como hojas en otoño. Hasta que un día, el último de ellos, se fue. Ese día dejó de trabajar. Ese día ventiló la casa, como siempre, hizo las camas de nuevo, la comida para cuatro y cuando terminó; cerró las ventanas despacio, muy despacio, y se sentó apoyando sus manos en el regazo una sobre otra. Y miró al granado. Lo miro. Lo miró. Estaba igual que como lo había dejado su joven minero. Es un árbol crecimiento lento. Desde entonces, todos los atardeceres, dicen que se quedaba mirándolo. Miraba cómo el sol caía entre sus ramas peladas en invierno, entre las hojas en verano; cómo caían en otoño. Miraba a sus flores… Flores que luego se convertían en frutos; frutos preñados de semillas, frutos como las bolas con las que se decora el árbol de Navidad. En Navidad es cuando más miraba al árbol…
Una mañana de Pascua lluviosa vio caer una granada. Esa misma tarde fue una tarde soleada y bella; pero la anciana esta vez no miró al árbol.
Miró la granada.
Miró cómo yacía sobre un charco, rota, reventada por sus semillas y abandonada en el suelo. Pudriéndose.
Sola.
Miro la granada.
Entonces, entró en casa, y cogió el látigo.
Manzanas mordidas
La ciudad está repleta
de niñas iguana
agarradas a las farolas, sobre
los coches,
en el suelo. Nieva
pétalos flor de miércoles
o almendro.
-Es cualquier día 29 de febrero soleado –
Sensualmente
unos labios gruesos cruzan la calle
y me miran
como miran las serpientes.
Y vuelvo a recordar
a qué
sabe el color rojo.
Los ciervos escapan de mi pecho
corazones de manzanas mordidas.
Luego
Después de la tormenta
atardece.
Dos niños
pisan charcos
y
hacen saltar las gotas que
brillan
al trasluz.
Otra
(una niña pelirroja con abrigo violeta)
pasea
con su padre de la mano;
lleva agarrada de una
cinta roja
un perro pequeño, canela y tuerto.
Luego
se encienden las farolas.
Eres mil color favorito
El pescador rojo
He dejado una manzana

He dejado una manzana en el coche
porque es verano, porque
allí dentro
al sol
se cocerá como en un horno.
Era bella y roja y yo
la veré agonizar decrépita:
arrugarse, oscurecerse,
tocar pegajosa la descomposición
y pasar la lengua.
Oler su perfume como
a flor muerta. Dulce.
-Ella me dijo siempre-
Aquel gordo que conocí
también
decía querer mucho a su perro
pero se le olvidó
allí dentro
mientras se emborrachaba.
Poema y fotografía: Manuel Alonso Publicado originalmente en Salto al Reverso http://saltoalreverso.com/