Arranca de ti la luna y písala en cualquier charco. Apaga su rastro y su ladrido. Mengua los sueños; busca las aguas más oscuras y adéntrate en el olvido como lombriz de tierra. Rompe suave las noches silentes… pronto se poblarán de sombras. Cuida de las cenizas como cuidas de las flores. La luz se extingue. Y desde la nada volveremos a nacer.
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Éramos lluvia de verano
Éramos lluvia de verano donde la amapola se pierde bajo la piel. Oropéndolas y certezas ruedan distancias que no terminan. Los gorriones se bañan en los charcos y con su mirada infinita piden unas migas. El viento termina impregnado de presencias. La llave del después y su contrato con la nada visten de lluvia a la mosca que limpia sus cien ojos; al perro que juega a morder las gotas; a la higuera que sostiene con dulce templanza el mar que todo fue. Abrazado por el viento desemboco en cualquier deriva que soy, en rio, en olvido. Igual que los trenes sostienen por un instante en el andén los adioses y se los llevan pegados. Es la trampa de azúcar con levedad acrobática. Cada gota, cada ola, en bucle claroscuro el mar y el desierto recorren los pasillos del ayer mañana. Trasmutan el agua en pequeñas pizcas de sueño. Bordes de nube en el bolsillo roto y una hoja robada al mistral despiertan el sonido de una isla desde tu voz de agua fuera del yo unidos como si fuéramos un bosque.
Incapaz
Si te dijera que
la poesía
está
en la flor del laurel de unos días de junio; en el
aleteo de las hojas que caen por el viento
también en primavera;
en los amarillos –en todos los amarillos-
de los dientes de león; en el humo
de aquel cigarro que asciende y asciende y asciende
hasta el lugar donde habita el olvido
y
sobre todo
en ese abuelo
que se acerca encorvado y se sienta
con su barba blanca turbante blanco chilaba blanca
y en todas
y cada una
de las arrugas de sus manos.
Os lo aseguro. Sí, os lo aseguro, está ahí la poesía.
El resto es
mi incapacidad de nombrarla.