Palabras que no

Palabras que no.
Abismo que deshoja
la danza derviche
¿o es la herida que de nuevo huye con los animales pequeños?
Caleidoscópicamente noche.
El desierto (este es el título del poema pero se me ha colado aquí entre las llamas).
Y la hoguera que palpita.
Dejarse de ser uno –despacio-
y desprenderse de la piel al fuego.
El recuerdo de unos pasos de gato.
(Silenciosas, estas palabras, han entrado por la ventana)
Descalzarse entre las piedras
y convertirse en arista
que disuelve el sueño		en insomnio
con dolor.
Aquí en Madrí  la g´ente 
no quiere hacerse viej´a –dice A.

Sombras de palabras (...)

Ser, como la nieve, más delicadeza que frío.
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Nuevo canto

Solo quedan los botones

y una zanahoria seca

de nuestro

muñeco de nieve.

Apagaron, hace unos días ya,

las luces de los árboles.

Y las calles son más ásperas

más motosierra.

Las torres de alta tensión

se alejan

hacía un atardecer imaginado

cuando eres ciudad.

Y paseas y piensas que

las jaulas y las armas

las hacen los mismos.

Aquí todo se mezcla.

Todo se mezcla, amor,

no sé si bien o mal

como la piña en la pizza

como la alegría y la muerte.

Pronto florecerán los almendros.

Los días son más largos.

Y mañana escucharás

un nuevo canto de los mirlos.

Invisible imparable

TEMPORAL NIEVE GALICIA

Paseo por el barrio de mis padres donde crecí. Son las seis de la tarde y es de noche. Otoño y frio y viento. Busco en el andar-anclar mis recuerdos en las tiendas que aún perduran;  las busco como el marinero al faro en alta mar. Resisten el estanco y la farmacia; es lo que tienen las drogas siempre están ahí; siempre seremos yonquis o enfermos aunque nos creamos sanados. Ahora Don Carlos, el farmacéutico, no está. Es su hijo Carlos el que despacha la botica. Recuerdo la delicadeza con la que cortaba los códigos de barra de las cajas para luego pegarlas en las recetas como si fueran cromos… Y pienso si su hijo hará lo mismo y si él algún día acabó la colección. Hay que tener cuidado de no tropezar porque las raíces de los árboles, ahora grandes, han levantado las aceras como si el pasado reclamara su espacio. Por eso, a esta hora, ya no pasean los habitantes de este barrio. Son mayores y temen caer.  Por eso las calles están solas y ya solo pasean los amarillos de las hojas de la mano del viento. ¿Qué tal? Bien, y tú qué tal. Bien. Es un viejo amigo. Nuestra conversación no supera tres palabras; y después de los abrazos nos miramos extraños sin saber qué decir. Congelados en el tiempo como los cromos de Don Carlos. Adiós, me alegro de verte. Adiós. Y huimos porque ya no sabemos a qué jugar ni cuando dejamos de hacerlo. Cruzo la calle hacia los edificios nuevos pero algo me retiene… es un olor a verde, un olor como a hierba recién cortada, un olor tan familiar como el café recién hecho al entrar en casa. Han podado unos laureles y desde sus ramas la savia nueva brota. Invisible. Brota imparable camino a la primavera. Mañana seguro que vendrán algunas madres, de las de antes, para coger algunas hojas. Y secarlas. Y echarlas en las lentejas… algún día. Como el otoño con la vida.

Irrepetibles

nieve

Una mujer embarazada protege con la mano su vientre.

Nieva.

Suena como el crepitar de una hoguera.

Suena

otras veces silencio.

Una niña sonríe y coge de las hojas de dos pequeños tejos

un puñado de cielo y se lo da a su madre.

Las agujas de los pinos se tiñen de blanco a trazos como canas.

Una compañera del trabajo, que hoy se jubila,

sale a la puerta a fumar un cigarro mientras

ve caer los copos los segundos

irrepetibles.

y fueron papás y se compraron un chalé

cocaina

               Tengo cuatro canas

                en el bigote

                haciendo una raya blanca

                que se parece a Noelia.

                No el bigote,

                la raya, me refiero.

                José –su novio-

                después de escaparse juntos al coche

                siempre decía:

                “No la soporto

                si no fuera por la farlopa”

                Ella, después de empolvarse la nariz

                muchas veces se dejaba

                algún rastro de… (espacio blanco o

                inventa tú la metáfora)

                Y hablablaba y hablablaba una tonelada

                quizás demasiado blanca o ciega

                para pensar lo que decía:

                “Me jode decirlo, pero alguna se lo merece”

                < Se encienden las luces, aparecen los títulos de crédito

                y después de una larga lista de nombres surge un mensaje que dice:

                “Los personajes y los lugares son ficticios

                cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”>

                Ella, trabajaba en Servicios Sociales

                con mujeres maltratadas.