Éramos lluvia de verano donde la amapola se pierde bajo la piel. Oropéndolas y certezas ruedan distancias que no terminan. Los gorriones se bañan en los charcos y con su mirada infinita piden unas migas. El viento termina impregnado de presencias. La llave del después y su contrato con la nada visten de lluvia a la mosca que limpia sus cien ojos; al perro que juega a morder las gotas; a la higuera que sostiene con dulce templanza el mar que todo fue. Abrazado por el viento desemboco en cualquier deriva que soy, en rio, en olvido. Igual que los trenes sostienen por un instante en el andén los adioses y se los llevan pegados. Es la trampa de azúcar con levedad acrobática. Cada gota, cada ola, en bucle claroscuro el mar y el desierto recorren los pasillos del ayer mañana. Trasmutan el agua en pequeñas pizcas de sueño. Bordes de nube en el bolsillo roto y una hoja robada al mistral despiertan el sonido de una isla desde tu voz de agua fuera del yo unidos como si fuéramos un bosque.
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Sun tonic
La decisión
La mar
sigo la silueta del agua
que me recuerda tu voz
desde el fondo remolinos
que van y vuelven
de la mar al amar
torrente de transparencias
ya cubierta de algas
vestida de poemas y anémonas
que quieren salir
del corazón
en océanos
sumergida verde desnudez marina
abrazas el agua
donde resplandece tu piel escama
ondea ondea en pedazos
tu cuerpo
en color la mar
agua arista clavada en mis ojos pescador
donde flotaba
Poema de El libro rojo
Los mirlos no
espacios amarillos
guías telefónicas
hojas
de papel reciclado
nuestras fotos que se hacen cada vez más sepias cada vez más borrosas
perdido en un horizonte de adentros
el puente eternamente puente
en mitad de un mar
amarillo
sin orillas
¿te has fijado que las huellas también son ausencia?
hoy han talado el árbol donde
jugaba a ser Arconada
y los mirlos no
cantan
¿por qué ya no cantan?
Sombras blancas
Éramos sombras blancas
que significan no.
Éramos perderse fuera
dentro de ti y de mí
(No importa el final
donde aniquilarnos)
Éramos un infierno
y un silencio.
La geometría perfecta de hacerse daño.
Éramos tres o cuatro
minutos de follar.
¿Para qué? Perdona.
No quería. Perdona.
Éramos tiburones
en un mar de sangre.
Mi padre solía decir que la vida es riesgo
(A riesgo de empezar muy alto el poema) A veces la vida es eso:
Una niña se mira en un charco
y juega
a pisar nubes con sus botitas rosas.
Y luego se mira y mira
las nubes
-de cuclillas- las mira reflejadas
cómo pasan.
Otras veces (a riesgo de ser monótono) la vida es una anciana
que se sienta junto a la parada del bus a ver
pasar a la gente al sol -después de la lluvia-.
Y les mira y mira como si les conociera a todos
para que no sepan de su olvido.
La vida es injusta –me dice una amiga. Tenía solo
38 años y una lágrima y una nube en una iridiscencia suceden.
-No sé cuál es cuál-
La vida es agua –leo en una revista: Somos
un 80 por ciento agua (a riesgo de copiar)
que pasa rio -como dice Manrique- rio
hasta dar en la mar
que se pierde en el tiempo -como dice Roy-
como lágrimas en la lluvia.
Agua en un charco. Agua en un 80 por ciento nube.
Agua niña anciana.
Agua
Agua.
Sueña
Punto
vuelvo a empezar
a leer
desde ese punto
y aparte
donde
dejé aquella tarde
de septiembre
de leerte
Humus
Volveré a ti, madre.
Descansaré en tu vientre cálido
de luz
y leche dulce.
Volveré a ti
y podré devolverte al fin
parte
de lo que te he robado.
-siendo esta vez yo
el alimento y el poema-
Mamá, volveré a ti
y descansaré
del hombre,
de aquello que pesa,
y seré -alado-
entero contigo
en tus nubes, con el mar
y la lluvia.
cuando se acabó el mundo
He soñado el mar.
Y he soñado
tu ropa interior dispersa
en la cama.
A lo largo del pasillo
los pantalones, tu camisa, mi bufanda
flotando como islas náufragas
antes del hundimiento.
He soñado un mar.
Un “quédate” suspirado.
Un “quédate aquí quietito”. Quédate
dentro
como si no existiera nada -dices.
Flotando.
Una nada juntos.
Un último sueño juntos
antes que se acabe el mundo;
y despertemos
y el olvido
se acuerde de nosotros.
Cierra los ojos y saborea
esta fresa –por ejemplo- y piensa
que es la última.
Cierra los ojos
y bésame
a lo largo del pasillo
–antes que se acabe el mundo-
los pantalones, tu camisa, mi bufanda
como islas náufragas
a lo largo del pasillo…
–antes que se acabe el mundo-
bésame
bésame
bésame.
Esto no es cuento
Esto no es un cuento aunque podría serlo. Un cuento de esos con final triste y bello que tan bien sabía hacer Oscar Wilde en los no sabes si llorar o tocar las últimas letras escritas…
No recuerdo bien si aquella mañana había niebla o es la niebla la que está en mi memoria. No recuerdo ya apenas su voz que se confunde con las olas o el color de su mirada que se pierde en azul.
…pero por desgracia no soy Oscar; solo un simple mamporrero de palabras, un mono que golpeando con un palo intenta hacer una canción; y sé que nunca podré decir aquello que vi en aquel puerto; sé que solamente podré hacer una aproximación: un garabato, un eco. Hacía más de 20 años que no volvía a ese pueblo. Y es curioso, de él, solo recordaba su olor a mar y una estatua.
No recuerdo su cara: su imagen es una fotografía vieja que se borra y no quiero sacar de mi bolsillo por si la sal la marchita. A veces creo que me roza en la nuca, a veces que me susurra palabras, pero sé que es la brisa, sí, es la brisa. O no. No sé.
Es una estatua de bronce en la entrada del puerto de una anciana sentada en una silla como esperando…. Sus ojos miran al espigón pero su mirada va más allá donde se pierde el horizonte; sus labios sonríen levemente en un gesto, cómo decirlo, cómplice ¿Has visto la Mona Lisa alguna vez? Sus manos ajadas apoyan una sobre otra en el regazo: serenas una sobre otra hacen una sola. Juntas. Juntos. No sé – No sé qué género escribir. Bruto, soy un bruto mono-.
Cuando estoy triste y creo que se ha olvidado de mí me manda cartas que tienen forma de pez. Saltan urgentes durante el atardecer cuando la mar está calma o me enseñan su tripa plateada repleta de recuerdos.
Viste un traje de época y la cabeza cubierta con un pañuelo como iba mi bisabuela en el pueblo; con un mandil del que podía sacar cualquier cosa de su único bolsillo: una foto, un caramelo, una caricia… Junto a la silla hay un brasero; me imagino de brasas que nunca se apagan. Si tengo que ser sincero, todos estos detalles no los recordaba.
El cielo hace veladuras mientras el sol se pone en ti. Dibujan la palabra siempre. Y las velas de los barcos van y vienen. Los pañuelos en el puerto dicen adiós y dicen lágrimas. Todas las lágrimas son saladas. La sal es lo que queda cuando el agua se va y todo se evapora. Los barcos van y vienen… Lo sé porque he visto ir y venir cientos, tal vez, miles. La sal.
La primera vez que la vi era un tonto adolescente que solo pensaba en chicas y emborracharse. Era una noche de verano ebria saliendo de un bar agarrado a la cintura de una muchacha; íbamos de camino al faro del puerto para comernos a besos en la oscuridad de la casa abandonada del farero. Y algo hizo detenerme junto a ella: sentí en su bronce una historia profunda ¿Has mirado el fondo del mar desde un barco alguna vez? No sé, algo como abismo. Mientras nos besábamos ese algo me llevaba a otro lugar. Y aunque soy de los que cierran los ojos al besar, aquella vez no podía. Mareado por el alcohol la mar se confundía conmigo. Las olas, la sal, las algas, las rocas arrastradas me llevaban mar adentro, mar adentro. Luego, cuando abría los ojos para no hundirme, estaba aquella chica iluminada intermitentemente por el faro, como en un sueño real y no. Real y no. Vámonos le dije. Tan pronto contestó ella. Sí, es tarde y mañana he quedado. Un ratito más, solo un ratito más –me estás dejando a medías me decían sus ojos. No, contesté áspero. Volvimos por donde habíamos venido y allí donde empezaban las luces me dijo que se iba sola a casa. Le pregunté si no quería que la acompañase. No, es tarde – su voz imitaba burlona la mía. Volví por el mismo camino por el que habíamos ido, no porque no supiera regresar sino porque quiera volver a ver a aquella estatua, otra vez la mar profunda… Y allí me quedé, de pie, mirándola como si fuera un espejismo que va a desaparecer en cualquier momento; y de entre las sombras apareció un borracho que me dijo “es la mujer de un pescador que nunca regresó, le está esperando toda la vida”. ¿Qué has dicho? Quería saber más: su nombre, cuándo sucedió, si tenía hijos o quedó sola… ¿Qué has dicho? Volví a preguntar. Pero el borracho se giró sin decir nada y se fue tambaleando calle abajo. ¿Qué has dicho? Pero nadie contestó. Nada. Me fui al albergue a dormir mis restos etílicos acompañado solo por el tac tac de los pasos. Olía a mar. Todo olía a mar. Aquella noche soñé que respiraba agua… Cuando desperté al día siguiente mi cabeza, mi cuello, mis hombros se levantaron como tirados por un resorte y mis ojos y mi boca se abrieron como platos. Necesitaba aire. Aire. Una bocanada entró por mi garganta y un espasmo de tos hizo de llanto, como si hubiera nacido. Durante aquellas vacaciones no volví a aquel lugar, no sé si por miedo a la estatua o por miedo a aquella chica que dejé incendiada. Veinte años más tarde volví.
Las gaviotas nos cantan poemas desde el aire. Versos de viento que dicen que estás conmigo. Me acompañan todas las tardes. Yo les tiro restos de la lonja que me traen los niños. Ellas cantan. Una escama plateada en su pico amarillo refleja un haz de luz a veces.
Cuando regresé lo hice preparado; llevaba dos cámaras fotográficas, un block de notas y varios bolígrafos por si alguno se quería quedar caprichosamente seco en el peor momento… Esta vez lo hice de día, no quería que las sombras escondieran sorpresas; y sobre todo, no tomé ni gota de alcohol. Solos, ella y yo. Estuve haciéndola fotos desde todas las perspectivas, anotaciones describiéndola –algunas de ellas que ya habéis leído- y sobre todo la toqué, la toqué como toca un ciego las últimas letras de un cuento; quería saber que era cierta; que estaba ahí y era cierta y no un sueño. Luego respiré hondó cerrando los ojos –allí siempre huele a mar- y cuando los abrí y mientras empezaba a girar sobre mis talones para irme algo me detuvo; una cortina de niebla se había formado frente al puerto. Nunca he visto hacerse una tan rápido o quizás fui yo que absorto había dejado pasar demasiado tiempo.
No recuerdo bien si aquella mañana había niebla o es la niebla la que está en mi memoria. No recuerdo ya apenas su voz que se confunde con las olas…
No quería que los sueños se apoderaran de mí. Los adultos tenemos estas cosas, no creemos en cuentos… Así que agarré mi cámara y empecé a hacer fotos a todo mientras nos invadía la niebla. No quería que me engañaran más los recuerdos. Y apareció ella esperando.
…o el color de su mirada que se pierde en azul. Pero lo que sí recuerdo, aunque la sal se adentre hasta mi alma, es su última palabra al despedirse cuando le dije “vuelve”. Siempre. Él me contestó “siempre”.
CLIC le hice una foto, CLIC esto no es un cuento. Aunque podría serlo. “Es la mujer de un pescador que nunca regresó, le está esperando toda la vida”-recordé- y ahora estaba ahí… Por eso, os dejo aquí las fotos que hice para que vosotros juzguéis. No le dije nada, me quede callado mirándola, de pie, como si yo fuera una estatua, un pez, una gaviota, la brisa… Luego, cuando todo era niebla, bajé la calle de aquel puerto solo acompañado por el toc toc de mis pasos y una canción que salía de alguna ventana abierta. Es una canción mejicana triste y bella. Sí, es casualidad, tanta casualidad que parece un cuento. Pero no lo es. Creo que también la historia de la canción es real. O no. No sé.
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