Pogo

Pogo. La llevaban como si la quisieran; aunque había algo anormal en su postura que hacía pensar lo contrario. Era como si unos extraños llevaran a otro extraño a un lugar determinado y desconocido. Suena raro ¿no? Era, para que os hagáis a la idea, como una especie de cita a ciegas macabra pensé. Pogo. Me vino a la cabeza de repente el nombre de aquel asesino payaso de los años 70. A veces la mente hace estas cosas: va más rápido que los actos. Empujaban entre tres, dos mujeres y un hombre, una silla de ruedas a lo largo de la calle; sentada en ella, frágil como una hoja seca a punto de romperse, iba una anciana nonagenaria más abrigada (o tapada) de lo normal para un día de primavera. En la esquina, al final de la calle, llegaron a su destino. Pogo. Un banco. Esperaron pacientemente su turno hasta que les atendió el director de la sucursal. Después se sentaron los cuatro (mejor dicho, los tres, ella llevaba la silla incorporada) alrededor de la mesa y estuvieron firmando unos documentos durante unos 5 minutos. La vieja garabateaba mecánicamente en silencio. Ellos rubricaban raudos. Luego salieron de allí como quien sospecha que le están siguiendo, mirando a los lados; y apenas, sin despedirse, uno de ellos se fue calle arriba, los otros tres calle abajo. Pogo. Viéndolos alejarse volví a tener otra “visión”; tuve claro cuál iba a ser su primera compra del día: un arcón frigorífico. Y es que, definitivamente, la carne y las pensiones aguantan mejor a 18 grados bajo cero.

John_Wayne_Gacy_Pogo_the_clown

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