Éramos lluvia de verano donde la amapola se pierde bajo la piel. Oropéndolas y certezas ruedan distancias que no terminan. Los gorriones se bañan en los charcos y con su mirada infinita piden unas migas. El viento termina impregnado de presencias. La llave del después y su contrato con la nada visten de lluvia a la mosca que limpia sus cien ojos; al perro que juega a morder las gotas; a la higuera que sostiene con dulce templanza el mar que todo fue. Abrazado por el viento desemboco en cualquier deriva que soy, en rio, en olvido. Igual que los trenes sostienen por un instante en el andén los adioses y se los llevan pegados. Es la trampa de azúcar con levedad acrobática. Cada gota, cada ola, en bucle claroscuro el mar y el desierto recorren los pasillos del ayer mañana. Trasmutan el agua en pequeñas pizcas de sueño. Bordes de nube en el bolsillo roto y una hoja robada al mistral despiertan el sonido de una isla desde tu voz de agua fuera del yo unidos como si fuéramos un bosque.
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Descarado
El martillo neumático otra vez.
Entre
los coches que pasan un claxon picadura;
autobuses, camiones, la sopladora de
hojas. -Miro al cielo-
Pasa un aeroplano pasa un helicóptero.
Y el sonido de las rodadas y los motores
que no cesa.
Amortiguadores oxidados en unas lunas
tintadas de reggaetón,
La moto
de un repartidor de comida rápida rápida.
Arrojan
unos escombros en un contenedor metálico.
Ruinas azules en una ambulancia que huye y aúlla.
Miro al cielo: Entre las nubes
dos turbinas de pasajeros low cost.
Y el sonido de las rodadas y los motores
que no cesa.
El martillo neumático otra vez
Tra tra tra tra tra
Y de entre tanto
ruido solo
a veces
el descarado piar de los gorriones.