Estaba en una bolsa azul
junto a un contenedor de basura
y asomaba un brazo –no te asustes-
como pidiendo ayuda.
Era un corazón de peluche rojo
con unos ojos grandes
y una sonrisa grande
y dos palabras grandes
escritas en el pecho
que decían “te quiero”.
Viéndolo allí tirado
como otro juguete roto
me dio por pensar si
al amor
siempre le pasará eso.
Pero luego,
unas calles más tarde,
recordé a mis padres
-después de cincuenta años casados-
paseando todavía
cogidos de la mano.